La autoridad monetaria favorecerá la fuga de capitales con tal de tratar de desacelerar la inflación, pero aumentará la presión cambiaria.
La velocidad con la que Mauricio Macri empeoró la inflación, la pobreza y la concentración de riqueza superó la predicción de cualquier economista heterodoxo que ya tenía en claro las consecuencias de las políticas que comenzaron en 2015. Pero tampoco dejan de sorprender los parches y manotazos de ahogados que ahora ensaya el Banco Central para intentar contener la devaluación y la espiral de aumentos.
La inflación récord de marzo (4,7%) no fue un “pico” aislado, como pretendió dar a entender el Presidente el lunes, cuando en un discurso se adelantó a atajar las críticas que llegarían 24 horas después. Incluso Ecolatina, que supo dirigir Marco Lavagna y pertenece a las selectas consultoras ortodoxas, estimó que las subas en abril promediarán un 3,7%, lo que vaticina un 2019 peligroso para los precios. Para el Indec, en el primer trimestre ya hubo una disparada del 11,8%, pero falta que se computen los nuevos tarifazos.
Desde el Gobierno temen por el impacto que generará la pérdida de poder adquisitivo en los resultados electorales, por lo que sus economistas tratan de hacer lo posible para contener la escalada inflacionaria. Las medidas las toman siempre con el manual neoclásico en mano, lo que genera los resultados ya visibles, por lo que acentuar las políticas sólo agravará la macroeconomía.
Sin moverse de la línea, hoy el presidente del Banco Central, Guido Sandleris, prometió dejar el piso y el techo de la zona de no intervención del tipo de cambio por este año en $ 39,75 y $ 51,44. Hasta el momento sufría pequeños incrementos diarios programados.
En conferencia de prensa, el mandamás de la autoridad monetaria convino, en segundo lugar, que no comprará dólares hasta el 30 de junio si el precio del verde se coloca por debajo del límite inferior. Esto asegurará más billetes para los fugadores que deseen aprovechar un dólar “barato” si algún día se vende a menos de $ 40.
Esta es la tercera medida sustancial de Sandleris que perjudica al Central, después de la continuación de la bomba de tiempo de las Leliq y luego el permiso para que los bancos timbeen en ellas el 100% de sus depósitos (menos obligaciones). La no intervención del ente sector financiero cuando el tipo de cambio perfora el piso le impedirá reforzar sus reservas internacionales que, si bien se posicionan en los U$S 76.792 millones, el grueso está ya comprometido para pagar la gigantesca deuda que tomó Macri.
Peor aún, mantener el dólar estable con una inflación in crescendo tornará aún más apetecible el verde, por lo que incentivará la fuga de capitales. Desde que la alianza de gobierno llegó a la Casa Rosada se fueron del país U$S 140.000 millones, de acuerdo a las cifras del propio BCRA.
Y tampoco se debe dejar de lado la variable siempre subestimada por el PRO, pero siempre presente será la definitoria: una nueva corrida cambiaria no puede ser frenada con la venta de sólo U$S 150 millones diarios. La plaza cambiaria mueve cerca de U$S 1.000 millones diarios, por lo que el poder de fuego del Central que habilitó el pacto con el FMI se queda corto ante cualquier presión sobre el tipo de cambio.
Ni siquiera sirven para ésto los U$S 60 millones que el Fondo le permite al ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, licitar cada día. Por lo que, en caso de una corrida como las que tiraron a Federico Sturzenegger y a Nicolás Caputo de sus cargos, las decisiones de los ultraortodoxos del Gobierno harán que las reservas y el dinero de la deuda se vayan del país como pan caliente a las guaridas fiscales de los grandes empresarios. Como siempre, las consecuencias golpearán a los trabajadores, los únicos perjudicados por el modelo de Macri.