A un año de cumplirse el inicio de la corrida que llevó el dólar de 20 a 40 pesos entre abril y septiembre, el dólar se vuelve a disparar y amenaza con llegar a los 50 pesos rápidamente. Ya conocemos los efectos que tienen estas devaluaciones sobre la economía: sube la inflación, se reducen los salarios, se reducen las ventas y cae la producción industrial. Todo esto lleva a un incremento del desempleo y la pobreza que retroalimenta el círculo vicioso de caída en el consumo y la producción.
La subida del dólar que ocurre en estos días tiene una razón simple: la demanda supera la oferta. La demanda de dólares se divide en compras para importaciones, compras para turismo, compras para ahorro, fuga de capitales de empresas nacionales, compras para pagar la deuda externa, y compra para remisión de utilidades de las transnacionales.
Los datos indican que caen las importaciones y el turismo, mientras que la reducción de salarios y la fecha en que la corrida ocurre (fin de mes) impide hablar del ahorro de la clase media como origen del proceso.
Sin lugar a dudas, es en la fuga de capitales de las grandes empresas nacionales y en la venta de activos argentinos de los inversores internacionales que hay que buscar los actores relevantes del aumento del dólar.
Lo curioso en este caso es que el Gobierno ostenta un nivel de reservas récord de más de 75 mil millones de dólares, más elevado que en los mejores años del kirchnerismo. ¿Por qué entonces el Gobierno no interviene para frenar esta subida del dólar? Además, este escenario pone en jaque sus aspiraciones a renovarse en el poder. Ya hay un consenso en afirmar que las chances de reelección del gobierno están atadas a su capacidad para estabilizar el tipo de cambio.
Parte de la respuesta a esa pregunta es que gran parte de esas reservas son préstamos del FMI cuyo uso no es libre, sino que están afectadas al pago de los vencimientos de la deuda externa (que el mismo gobierno generó). Usar esa plata para otra cosa podría significar que no alcance el dinero para pagar los bonos, y por lo tanto, que todo termine en default. Ahí radica uno de los principales conflictos de Cambiemos: no puede mantener estable el dólar sin usar los dólares del FMI.
El FMI, por su lado, está en una perspectiva en la cual la oferta y la demanda del dólar deben coincidir en un punto de equilibrio. Y si hay mucha demanda de dólares, éste debe aumentar hasta llegar en ese punto de equilibrio en el cual nadie va querer comprar dólares.
Claro que la existencia de ese punto de equilibrio puede ser muy discutible, y la espiralización que implica el aumento del dólar con la inflación, el precio de las tarifas, el precio de la nafta, el precio de los alimentos, hace posible que el fantasma de la hiperinflación vuelva a reaparecer.
La pasividad del Gobierno en esta situación, y los vacíos discursivos del Presidente en estas circunstancias acuciantes para la economía argentina son a la vez una ideología y una necesidad política.
Una ideología en la cual el mercado se erige en Dios y cualquier intervención estatal puede ser vista como un sacrilegio. Y una necesidad política porque el modelo financiero tal cual se fue construyendo desde el 10 de diciembre de 2015 implica una completa dependencia de la política económica a los deseos de “los mercados”. Estos deseos son una tasa de interés elevada y el pago de la deuda externa con la sangre, sudor y lágrima de los argentinos si fuera necesario.
Cualquier política vista como kirchnerista por los mercados, como el “alivio” de los precios esenciales, por más irrisoria que sea, condena al Gobierno a una fuerte tormenta financiera. Entre el default y la hiperinflación, la parálisis del gobierno es el peor de los mundos para los argentinos, pero este caos es un paraíso para la timba financiera.
Martin Burgos es coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación.