El primer aniversario de la quiebra social chilena ha provocado manifestaciones masivas y la quema de dos iglesias: Chile es un polvorín desde que el año pasado, entre octubre y noviembre de 2019, el caos estallara por los niveles de desigualdad y pobreza que asolan el país –una ligera subida del precio de transporte obligó al estado de excepción–.
Tal es la inflamable situación que en febrero pasado, ya en 2020, se vivieron nuevas protestas cuando un aficionado falleció junto al Estadio Monumental. El balance en aquella ocasión, la penúltima batalla hasta que un menor fue arrojado a principios de este mes de octubre por el puente Pio Nono, pone los pelos de punta: dos muertos –uno cerebral–, 46 carabineros lesionados, 6 saqueos, 96 desórdenes y 124 detenidos en una noche con 159 episodios graves y tres gobernaciones dañadas. En los meses anteriores habían sido alcanzados con ‘balas locas’ varios bebés y una menor. Un caos que, ni la pandemia ni el próximo plebiscito –el próximo 25 de octubre– para reformar la constitución chilena –de Pinochet–, han conseguido reducir y que tiene su origen en el 11 de septiembre de 1973.
Porque ni las bombas ni las ráfagas acallaron el metal tranquilo de la voz de Salvador Allende que, tal y como vaticinó, todavía sigue escuchándose en unas calles que revive el mismo combate que le costó la vida. Y es que casi medio siglo después del asalto al gobierno democrático chileno, los gurús del milagro económico se decidieron, de nuevo, por la barbarie en el puente Pio Nono, a solo unas cuadras del bombardeado Palacio de la Moneda y solo un año después del estallido social chileno, cuando un manifestante, menor de 16 años, fue arrollado por un carabinero acorazado y terminó con sus huesos sobre el lecho casi enerve del río Mapocho.